

En su libro “Lectores rebeldes”, la escritora, educadora y mediadora cultural Graciela Bialet desnaturaliza las cuestiones más asentadas en el imaginario social en torno a la práctica lectora para reflexionar sobre el sentido de la lectura y el rol de la escuela para formar lectores: “Hay que darle a los chicos la posibilidad de leer literatura, buena literatura”, convoca.
Con la convicción arrolladora de que la lectura es una acción vital y necesaria de la experiencia humana que expande repertorios, “Lectores rebeldes. Y razones por las que leer vale la pena” (La Crujía) es un libro que contagia el entusiasmo y la importancia de leer, con marcas en el texto que convocan a resaltar, releer, a volver sobre una idea. A modo de ensayo o compendio de recorridos y anécdotas, Bialet profundiza en este libro en lo que ella considera un desafío educativo: que los chicos y las chicas lean y de todo, en especial literatura y nada de ficciones digeridas, sino aquellas que expanden el territorio de lo conocido para abrirse a “aventuras emocionales, cognitivas y fantasiosas y fantásticas”, como dice en entrevista con Télam.
Lejos de ubicar el adormecimiento como responsabilidad de las chicas y los chicos, Bialet ubica la falla en los ámbitos educativos, en el mundo de los adultos, en las pautas que establece la escuela en relación con la lectura. ¿Se puede, entonces, construir un lector? Sí, dirá la autora, en tanto y en cuanto se generen instancias que acompañen dicha formación. La clave está en lo que define la escuela qué debe enseñarse y qué no.
¿Y quiénes son esos lectores rebeldes? Aquellos que rompen con lo cotidiano. “Los lectores rebeldes se construyen como utópicos porque se están siempre asociando, cuando se involucran en la historia, en el texto, se están siempre poniendo en otra piel, en otra mirada, hacia otro lugar que no tiene un límite preciso”, define.
Graciela Bialet (Córdoba) además de docente, mediadora, investigadora y gestora de programas de pedagogía de la lectura (Volver a Leer del Ministerio de Educación de Córdoba, o el Plan Nacional de Lecturas), también es escritora. Entre sus libros de literatura infantil y juvenil destacan “Los sapos de la memoria”, “Cuando los grillos grillan” y “Metamorfosis”.

Bialet comenzó su recorrido educativo como maestra de primaria, arrancó en primer grado y se topó con lo que consideró una dificultad cuando comprendió que el primer acceso a la lectura que proponía la escuela era a partir de frases como “mi mamá me mima” o “mi mamá me ama”.
“Ahí nació mi concientización por la problemática de la lectura. Dando clases me di cuenta que los programas de estudios tenían que mejorar o nadie iba a tener muchas ganas de leer. Y en esa época se sumaba además el horror de los años de la dictadura que cancelaron las posibilidades de acceso al libro y empezó a desaparecer el espacio para la enseñanza de la lectura programáticamente, o el espacio para la formación de lectores”, repasa.
Por eso, en el libro, traza el recorrido sobre cómo llegamos a esta instancia en donde la lectura no forma parte de casi la mayoría de la trayectoria curricular de los chicos sino que aparece de manera transversal. Una llave para transformar eso es mirar el ámbito escolar, es decir “qué pauta la escuela para enseñar. Si la escuela pauta enseñar matemáticas, habrá matemáticas. Si pauta enseñar química, habrá química. Si pauta enseñar música, habrá contenidos y presupuesto. Ahora, si deja de pautar la lectura como espacio, como tiempo donde se ejecute en el aula, entonces desaparecerá. Y eso es lo que ha sucedido”.
-Télam: En el libro planteaá la idea de la vida asociada a la lectura, entendiendo a la lectura más que como un método de decodificación sino un encuentro con la vida. ¿Por qué las pensás juntas?
-Graciela Bialet: Nacemos dotados para la interpretación, para comprender a dónde venimos. Y vamos aprendiendo de a poquito. Son aprendizajes que vamos realizando a modo de lecturas. Leemos la voz de nuestra madre, reconocemos las tonalidades, si está cansada, si está enojada, si nos está haciendo un susurro. Venimos dotados de la capacidad de asociar ese tipo de lecturas de la realidad.
Saramago decía que el mejor lector que conoció en su vida era su abuelo analfabeto porque era capaz de leer a través de las hojas de los árboles de su patio las realidades del mundo. Y a mí me parece que si no entendemos la lectura como un acto de interpretación, luego, cuando el aprendizaje es cultural y alfabético, se divorcia de su verdadero propósito. Si la lectura no es comprensiva, no es nada. Leer es estar comprendiendo la historia, pero la génesis de la comprensión de las historias está en el conocimiento de la lectura y en el conocimiento de nuestra realidad cotidiana, de nuestro entorno.
-T: Ubicas a la literatura como un territorio de preguntas existenciales y la ficción como el poder de la imaginación, ¿qué potencia tiene esto en un momento de discursos totalitarios que apuestan más bien por estrechar la mirada?
-G.B: La literatura y el arte siempre lo han hecho, lo hacen y lo seguirán haciendo: siempre contarán mejor la historia de la esencia de la existencia humana sobre el planeta que cualquier manual pedagógico, que cualquier historia con datos reales.
Y en el medio de todos estos discursos totalitarios, más que nunca, creo que el arte es el discurso liberador por la antonomasia, el más importante y por eso hay que darles a los chicos la posibilidad de leer literatura, buena literatura; de ir al teatro, de bailar, de danzar, de escuchar música. Y estos modos de pensar otras realidades siempre abrirán las puertas que nos lleven a nuevas maneras de resolver los conflictos existenciales.

-T: Esto me lleva a la idea de lectores rebeldes. Lectores sin límites. ¿Quiénes son o deben ser esos lectores rebeldes?
-G.B: La búsqueda de hallar este término fue todo un camino que hicimos con mi editora, Sabrina Sosa, y con la directora de colecciones en La Crujía. Y la palabra rebeldía nos parecía que podía ser muy significativa a la hora de asociarla a la palabra lectura. ¿Por qué? Porque el lector en realidad es quien pone en vigencia el texto, lo pone en pie como si fuera en un teatro y lo levanta y hace toda su escenografía, su coreografía y lo hace para moverse de la comodidad, en un acto de romper con lo cotidiano, en un acto de rebeldía.
Porque precisamente el arte te permite caminar hacia un horizonte sin límites. Eso que Galeano decía que está allá y caminas dos pasos y se aleja y para eso sirve, ¿no? Para seguir caminando. Los lectores rebeldes se construyen como utópicos porque se están siempre asociando, cuando se involucran en la historia, en el texto, se están poniendo en otra piel, en otra mirada, hacia otro lugar que no tiene un límite preciso.
-T: Decís que saber leer no es decodificar, ni descifrar, ni deletrear sino frecuentar con naturalidad y por necesidad la experiencia de la lectura. ¿Por qué la lectura en el ámbito escolar ha quedado relegada a un conjunto de acciones más que a un bien cultural?
-G.B. La lectura en el ámbito escolar no sólo ha quedado relegada sino que ha desaparecido como espacio curricular. Muestro, por ejemplo, la cantidad de veces que se habla de la lectura todo el espacio curricular de Nación, que es el el piso sobre el cual cada una de las jurisdicciones ha trabajado lo específico. Y el problema es que lo que no está programado curricularmente no sucede en el aula. Se dice que la lectura transversaliza todas las disciplinas pero, justamente, como transversaliza no hay un tiempo específico para formar lectores ni un tiempo preciso para educar a los niños como visitantes y socios de la biblioteca.
La lectura desapareció del espacio curricular cuando desapareció el nombre de nuestro idioma. Ahora estudian lengua, ya no estoy en castellano, ni siquiera español y no es casualidad que esto suceda en toda Latinoamérica. Sin embargo, a la hora de enseñar un idioma extranjero ese idioma no se llama lengua, se llama inglés, francés italiano, portugués. Esto parece que no tiene relevancia pero sí la tiene porque estudiar tu idioma implica que tengas que pautar la enseñanza del contexto cultural y de la idiosincrasia del hablante de ese idioma. Cuando empezó a desaparecer el nombre del idioma inmediatamente se estudió lengua y no lectura, porque aparece transversal. Sólo tiene espacio propio en primer y segundo grado y luego desaparece. ¿Por qué está pautado ahí? Porque tras esa postura curricular subyace la idea de que leer y escribir son actos de ida y vuelta, actos recíprocos y que es necesario enseñarlo en primer y segundo grado, y entonces leer termina siendo decodificar, es decir, aprender el alfabeto. Pero formarse como lectores es otra cosa, es poder recorrer los lugares por donde circula la lectura, poder habitualizar estrategias cognitivas para estar cerca de las lecturas, para apetecer las lecturas como escalón para el conocimiento, para el esparcimiento para la ficción y eso es lo que no sucede.
-T: Incluso decís que la lectura aparece como tarea…
-G.B: Sí y no se consideran horas de trabajo cognitivo. Se pide registrar todo con la escritura… imagínate si de cada libro que leemos tenemos que responder preguntas sería tremendo, porque no es unívoca la comprensión de la lectura literaria. ¿Cómo haría un chico para saber cómo responder a una pregunta que surge sobre la lectura para poder justificar un acto escolar? Esas cosas son las que tienen que terminar y deben revisarse en los dispositivos curriculares. La escuela es el lugar donde se forman lectores y el docente es el profesional que debiera formar lectores.
Graciela Bialet: “La literatura abre al diálogo intercultural, intergeneracional”
Graciela Bialet insiste en la importancia de leer literatura en la infancia como forma de expandir el repertorio de lo posible y lo conocido, despertar la imaginación e indagar en temas o zonas que a veces son difíciles en su relación con lo real, como la dictadura o los abusos, cuestiones que ella misma ficcionalizó en algunos de sus libros orientados a los más chicos y a las más chicas.
-Télam: En el último tiempo, la literatura infantil y juvenil ha sido foco de censura o de revisión por utilizar imágenes o formas de nombrar “incorrectas” a los parámetros de hoy, como lo que ocurrió con las reediciones de algunos libros de Roald Dahl. ¿Cómo salir del atolladero sin caer en un relativismo ligero sobre la ficción y al mismo tiempo sin clausurar?
-Graciela Bialet: Ninguna, ninguna lectura ni literaria ni documental ni periodística ni de ningún género puede ser leída fuera de su contexto de producción. Si leemos un libro científico de medicina del siglo XVIII, muchas cosas nos parecerán absolutamente absurdas vistas desde el hoy. Y lo interesante que tiene en general la lectura, y puntualmente la literatura, es que te permite abrir los ojos para darte cuenta que hay realidades tan disímiles como culturas y como tiempos de la humanidad.
Ese atolladero de lo políticamente correcto para las infancias me parece un absurdo y que la forma de salir de esa encrucijada es hablando de las cosas de frente. Si no, en ese sentido, vamos a terminar también aboliendo el tango porque todas sus letras reflejan una realidad de control patriarcal sobre la vida femenina. No es cuestión de quitar sino de exponer para entender que hemos evolucionado tanto que podemos hoy pensar en que aquello que fue escrito en ese momento, bajo esas circunstancias históricas y sociales y culturales, hoy pueden ser modificadas. Precisamente, la literatura abre al diálogo intercultural, intergeneracional.
Chesterton lo dijo perfecto cuando dijo que los cuentos de hadas son más que reales. No porque les enseñen a los niños que existen los dragones, sino porque les dicen que se puede derrotarlos. Los cuentos de princesas, los cuentos de reyes y hadas sirven para tal vez hablar de si es válido o no la monarquía. Los cuentos que hablan sobre las guerras, en tal caso, serían buenos para hablar sobre los abusos de todo tipo. Claro que hoy los escritores jóvenes, los escritores contemporáneos, van a ir cada vez puliendo su discurso, porque el escritor escribe desde su contexto histórico, ético y cultural.
A Roald Dahl hay que leerlo para poder levantar la mano y decir “pero ¿en serio solo eran rabiosos tales o cuales?”. Eso es abrir al diálogo y despeja la problemática absurda que se ha lanzado contra cuentos clásicos. Los cuentos clásicos están y seguirán estando. Es como querer cambiar la historia. La historia, y acá me voy con Lito Nebbia, si la escritura la escribieron los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia. Bueno, leamos para ver cuál es la otra historia ¿no? Y leamos de todo.
-T: – En este sentido ¿de qué si debiera hablar la LIJ y de qué no para decirlo de algún modo?
– G.B: La LIJ tiene que hablar de todo. La buena literatura infantil es la que trata a los chicos como personas en estado de infancia y no como ñoños receptores de lo que el mundo adulto dice que debe ser.
-T: ¿Y en tus libros orientados a infancias pensás en eso?
-G.B: Yo siempre he preferido los temas más revulsivos, los que han sido considerados tabúes por mucho tiempo. Por eso escribí “Los sapos de la memoria” en los años 90, cuando todavía nadie quería hablar con los niños de la dictadura, ni de los hijos, ni de los niños desaparecidos. O “El que nada no se ahoga” sobre un pececito que solo quiere ir a buscar espejitos de mica para que su mamá vea lo linda que se ve cuando ríe, pero en realidad hay una vieja bigotuda del agua que es amiga de sus padres y que lo roza con sus aletas pegajosas en el bajo vientre y él quiere escapar y no sabe cómo nadar porque tenía dificultades y nadaba para al revés, era diferente.
Personalmente rehúyo de esa literatura ñoña que, como diría Graciela Montes, mantiene a los chicos adentro de un corral que en realidad no existe. Y trato de sacar, de abrir la puerta de ese corral y desnudar una hipocresía del mundo adulto y sus prejuicios con los libros pero no con que los chicos jueguen a jueguitos digitales donde explotan todo tipo de cosas y saltan chorros de sangre de aquí para allá y se matan unos a otros.