La pequeña Victoria: un trasplante inédito de hígado que le dio una nueva vida

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Todo comenzó con síntomas sutiles pero persistentes: ictericia, orina oscura, materia fecal pálida. El diagnóstico fue rápido y certero: atresia biliar, una patología rara y severa que obstruye los conductos biliares y, sin tratamiento, lleva a una falla hepática irreversible.

La pediatra doctora Laura Daruich (MP 31585) fue la primera en advertir que algo no andaba bien y acompañó el proceso desde el primer día. Se intentó primero una intervención paliativa, conocida como cirugía de Kasai, que suele ser efectiva si se realiza en los primeros meses de vida. Pero no fue suficiente: Victoria desarrolló una infección hepática que aceleró la necesidad de un trasplante.

Ante la urgencia, Guadalupe no dudó. Se ofreció como donante y los estudios confirmaron que era compatible. Así comenzó un proceso técnico y humano en el que participaron más de 30 profesionales, organizados en turnos y áreas de trabajo simultáneas.

El 17 de junio, madre e hija ingresaron juntas al quirófano. La cirugía duró más de 12 horas y fue liderada por el doctor Martín Maraschio (MP 24395/3), jefe del Programa de Trasplante Hepático y Renopancreático del Hospital Privado Universitario de Córdoba, acompañado por un equipo quirúrgico multidisciplinario.

“Este tipo de trasplantes requieren una precisión milimétrica. No solo por el tamaño anatómico del receptor, que en este caso era un bebé, sino por la necesidad de que todos los pasos quirúrgicos y anestésicos se desarrollen en paralelo y sin margen de error”, detalló Maraschio.

La extracción en Guadalupe se realizó por vía laparoscópica, una técnica mínimamente invasiva que permite una recuperación más rápida y segura, sin necesidad de una cirugía abdominal abierta. Al mismo tiempo, en otro quirófano, los cirujanos preparaban a Victoria para recibir ese fragmento de órgano que marcaría un antes y un después en su vida.

“En pacientes tan pequeños, lo que se implanta es el segmento izquierdo del hígado, que tiene un volumen reducido pero funcional. La vascularización y la sutura biliar deben realizarse con instrumental microquirúrgico y bajo magnificación”, agregó el cirujano.

Tras la intervención, Victoria ingresó a la Unidad de Terapia Intensiva Pediátrica, bajo la coordinación de la doctora Agustina Sulier (MP 37659), donde comenzó el control postoperatorio más delicado. Las primeras 48 a 72 horas son clave para evaluar el funcionamiento del injerto hepático, controlar el riesgo de rechazo y prevenir infecciones.

“Durante esos días trabajamos de forma continua, con presencia permanente de intensivistas, hepatólogos, cirujanos, infectólogos y enfermeros especializados. Es un esfuerzo técnico y humano inmenso, pero también una oportunidad de ver en acción todo lo que la medicina puede hacer cuando está bien organizada”, explicó Sulier.

Además de los profesionales médicos, también intervienen psicólogos, nutricionistas, trabajadores sociales y farmacéuticos clínicos, ya que se trata de una atención integral de alta complejidad. Guadalupe fue dada de alta apenas 48 horas después, gracias a la técnica laparoscópica. Victoria, por su parte, continúa bajo un régimen de inmunosupresores, seguimiento ecográfico y análisis constantes. Su evolución es estable y favorable.

Este tipo de trasplantes en bebés son muy poco frecuentes en Argentina. Solo tres centros en el país cuentan con los recursos técnicos y humanos para realizarlos: el Hospital Garrahan en Buenos Aires, un hospital especializado en Rosario, y el Hospital Privado Universitario de Córdoba, que se ha transformado en un centro de referencia en el interior del país.

“En cada caso de trasplante pediátrico trabajamos con el INCUCAI y con los ministerios de salud para garantizar los tiempos y la disponibilidad de insumos. Es un sistema complejo, pero cuando funciona, puede salvar vidas”, añadió Maraschio.

“Muchas veces se desconoce el nivel de coordinación que hay detrás de un trasplante como este. No se trata solo de médicos: hay personal administrativo, logístico, de laboratorio, y sobre todo una decisión política de sostener programas que lo hagan posible”, subrayó Sulier.

El caso de Victoria no es solo una historia de vida. Es un ejemplo concreto de lo que se puede lograr cuando un sistema de salud invierte en infraestructura, forma profesionales y sostiene programas especializados. En un país donde muchas veces se pone en duda la capacidad de respuesta del sistema sanitario, esta historia demuestra que, cuando todo se articula, la medicina argentina está a la altura de los mejores estándares internacionales. Victoria no es solo un nombre. Es una promesa de futuro. Un símbolo de lo que ocurre cuando la ciencia, la organización sanitaria y la voluntad humana se conjugan para dar una segunda oportunidad a la vida.