

El libro “Tulio Halperín Donghi. La herencia está ahí” recupera a uno de los historiadores más importantes de Argentina, y lo hace desde su palabra, a partir de 10 entrevistas que dio entre 1980 y 2008, pero también la de otros intelectuales más jóvenes que lo leen para pensar la vida política desde la pregunta incómoda de cómo pensar nuevos horizontes.
A partir de esas entrevistas a Halperín Donghi, comentadas por trabajadores de la educación y la cultura como Julia Rosemberg, Federico Vázquez o Juan Laxagueborde, la editorial Omnívora propone “la continuidad de una conversación, de una cultura, amenazada por un tiempo de densidad tan crítica que hace que las presencias que suponíamos sólidas y aseguradas hayan dejado de serlo”, explica el historiador Javier Trímboli, encargado de compilar entrevistas y ensayos en los que se retoma la figura del intelectual y su preocupación por la vida pública.
En diálogo con Télam, Trímboli, autor de “Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución” y coautor con Guillermo Korn de “¡También en la Argentina hay esclavos blancos!”, asegura que lo más valorado de Halperín Donghi como legado, “es su decisión de intervenir públicamente y de hacerlo sin limitarse a la agenda reducida del tema de investigación”, algo en lo que coinciden todos los que construyen esta conversación colectiva que invita a pensar la lectura y difusión de la historia como una práctica que sacude estructuras y convoca a reinventar respuestas sobre la coyuntura.
Halperín Donghi (1926-2014) es autor de una obra que incluye títulos como “Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla”, “Una nación para el desierto argentino” e “Historia contemporánea de América Latina”.
¿Cómo surgió la idea del libro, cómo fue la selección de artículos y la convocatoria a quienes comentan las entrevistas?
Javier Trímboli: El libro nace de la convergencia de dos inquietudes. Por un lado, conversábamos con Lila Hassid y Damián Luppino – quienes están al frente de la editorial Omnívora- sobre la riqueza inusual que presentan las entrevistas en las que Tulio Halperín Donghi toma la palabra. Además, no son pocas y recorren un amplio arco temporal, de 1980 a entrados los 2000. Siempre hablando de historia, con el pasado a mano, pero sin esconderse ante las preguntas, a veces tan sólo ante la inexorable presión que cada presente ejerce sobre el pensamiento de un historiador, en particular de uno argentino. En los últimos años de la década de los ’80, quienes estudiábamos Historia -y no sólo en la UBA- estábamos conminados a leer sus libros, a atravesar una escritura que desconoce toda linealidad y llaneza, a su manera revulsiva de encarar acontecimientos y procesos de nuestro pasado. Era material obligatorio de las cátedras de Historia Argentina cuando, por otra parte, no había tomado impulso el sistema de investigación que hoy hace que haya cientos de papers sobre cantidad de temas. De la exigencia que implicaba la lectura de los libros de Halperín podía nacer no tanto un acuerdo con la imagen del pasado plasmada en esas páginas, sino el descubrimiento entusiasta de que había otra manera de pensar la experiencia histórica argentina. También un gusto que se atrevía a ser tal más allá del desacuerdo. El tema es que, por lo menos desde el 2001, las cosas cambiaron mucho incluso al interior de la vida universitaria. Y a Halperín se lo lee cada vez menos, los libros circulan mucho menos, incluso las fotocopias desaparecieron. Leer a Halperín, si sigue siendo bibliografía obligatoria, desde una pantalla, muchas veces desde la de un celular, roza casi lo imposible, porque es de otra intensidad la atención que demanda. Por acá el segundo interés: decidimos entonces darles de leer estas entrevistas a un grupo de jóvenes formados entre las ciencias sociales y las humanidades, para que reflexionen sobre ellas y sobre su relación con su obra. Muy clásicamente diría que es la preocupación por la continuidad de una conversación, de una cultura, amenazada por un tiempo de densidad tan crítica que hace que las presencias que suponíamos sólidas y aseguradas hayan dejado de serlo.
Justamente el género entrevista permite ser una llave de entrada al pensamiento de Halperín. Pero a su vez no todos los intelectuales acceden a entrevistas y se disponen a una charla que pueda ser publicada en medios masivos, él parecía hacerlo con facilidad. Como uno de los entrevistados fuiste vos, ¿cómo recordás esa entrevista?
Es un rasgo propio del intelectual, la disposición a intervenir públicamente, buscando incluso la discusión, y, en efecto, en las entrevistas que le realizaron a Halperín para medios masivos, o para libros de amplia circulación, si bien no deja de exigir e incomodar, sabe ahorrar en palabras que le restarían fuerza a su argumento, que distraerían, y a las que elige las vuelve latigazos bastante efectivos. Cada entrevista se erige así como un pequeño acontecimiento. Cuando lo entrevistamos con Roy Hora en 1993 recién habíamos egresado de la carrera de Historia, creo que no habíamos escrito más que uno o dos artículos poco leídos. Hubiera podido, sin quedar mal, desentenderse de la invitación pero, por el contrario, le interesó y mucho conversar a través nuestro con las preocupaciones y las ansiedades de quienes veíamos que la historia se estaba transformando en una disciplina que viviría sólo entre las paredes de las facultades, que la vida intelectual se había empobrecido de forma pavorosa. Todo esto nos hostigaba. Se prestó a conversar, y con ganas, al margen de la enorme distancia que nos separaba. No obstante, y tal como se puede leer, no nos complace con sus respuestas. Nos discute y llega casi a bocharnos una pregunta a la que finalmente responde pero reformulándola. Hay todo un arte de la conversación que, se sabe, tiene a Lucio V. Mansilla como a uno de sus exponentes principales. Bueno, lo de Halperín se afilia ahí. Conversar en tanto ejercicios del pensamiento. Y hay una idea de Foucault, que va a contramano de esta actualidad, que le cuadra bien: pensar es hacer tajos. Gracias a ellos la conversación promete continuarse.

“Halperín es también un lujo, un lujo del pensamiento”
“Entrar al universo Halperín Donghi es sin dudas exigente. A quien está estudiando una carrera del espectro de las Humanidades y las Ciencias Sociales le diría que no se desanime ni ante la primera ni ante la vigésima oración ardua de leer”, enfatiza el coconductor del podcast “Un poco sucio”.
En ese sentido, recomienda a los maestros que “presten especial atención al país que imaginaron y proyectaron Sarmiento y Alberdi, tal como lo propone Halperín en ‘Una nación para el desierto argentino’. Quizás puede alimentar sus clases, ayudar a que le den una vuelta distinta, por fuera de lo usual. O que reparen, en ‘Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo’, en la reflexión acerca de lo que es una revolución, el mito por excelencia de la modernidad política, que se adueñó tanto de la imaginación de Moreno como de Saavedra -también de Belgrano y San Martín-, y los convenció de que estaban inaugurando un nuevo tiempo, radicalmente justo en la Tierra”.
“Nuevamente, aunque no coincidamos con él, las hipótesis que lanza sobre el peronismo desde los últimos años ´50 hasta, claro, ‘La larga agonía de la Argentina peronista’, vale un montón ponerlas sobre la mesa. Así como la ‘ninguna condescendencia’ que lo lleva a calibrar el tránsito de la dictadura a la democracia del 83. Para Halperín no hay epicidad alguna en el gobierno de Alfonsín. Lo suyo no es para hacer un acto o para celebrar una efeméride que nos reconcilie fácilmente con lo que venimos viviendo, cosa que a veces y con razón hoy muchos jóvenes cuestionan,desprovistos de argumentos”, recomienda entusiasmado Trímboli ante la pregunta por cómo abordar a este historiador.
¿Qué fue lo primero que leíste de él y qué recordás de esa lectura?
Mi primer acercamiento, totalmente fallido, fue a través de “Historia contemporánea de América Latina”, libro que tomé de la biblioteca familiar cuando estaba en tercer año. Corría el año 1982 y supuse que me ubicaría en el centro de una aventura política que, con Nicaragua de fondo sobre todo, entendía que seguía muy abierta. Lo abandoné defraudado casi de inmediato. Al margen de algunas otras aproximaciones, me parece que entré en su universo recién con la lectura de “Revolución y guerra” mientras cursaba Historia Argentina I, en 1989, mientras ocurría la hiperinflación y todo zozobraba, mientras conocíamos a través de los saqueos los efectos de la desindustrialización y el empobrecimiento de millones. Era la mía, ¿qué duda cabe?, una lectura privilegiada. Es que Halperín es también un lujo, un lujo del pensamiento, y sólo una visión muy estrecha puede condenarlo por tal cosa.
Hay algo que insiste en los artículos y tiene que ver con la figura del intelectual. Por ejemplo, Federico Vázquez dice que responde sin la muletilla “es más complejo”. ¿Cómo creés que se lo lee como intelectual? Pensando también cómo es retomado por los que escriben sobre él en el libro, que más o menos pertenecen a una misma generación.
Coincido en subrayar la palabra intelectual a la hora de hablar de su pensamiento, por más que sea una figura que, al menos desde que el capitalismo inició la torsión que lo transformó en lo que es hoy, se encuentra en un tembladeral. Su obra no es meramente la de un especialista, porque la Argentina, pasado y presente, es su verdadera obsesión, su ballena blanca. Por eso escribe sobre temas tan variados, va de finales del siglo XVIII al siglo XX con gran facilidad. En la entrevista de 1980 en Punto de Vista se remite a las últimas novelas de David Viñas y de Puig que, se podría creer, están por fuera de lo que un historiador debe tener en cuenta. Escribe sobre Echeverría, fue su primer libro y cayó como una bomba silenciosa, y luego ensayos fundamentales como “Argentina en el callejón”, bien ceñidos a la hora crítica que se abre en 1930 y continúa en los 60; o aquel otro fundamental para entender el movimiento de la sociedad y la cultura entre la dictadura y los primeros años del nuevo experimento democrático, me refiero a “El presente transforma al pasado”. Siempre exigente, venenoso, a distancia de toda condescendencia, pero con la decisión que se vuelve efectiva en varias de estas entrevistas de hablar por fuera del estricto campo académico. Es cierto, la muletilla “es más complejo”, que distingue entre un saber alto que navega en esas aguas y uno bajo que no llegaría a entender esa complejidad, en Halperín no tiene lugar ya que sería la excusa para eludir una respuesta o un razonamiento. Esa complejidad mentada da cuenta sobre todo de la parálisis del mismo académico y de su pereza para hacerse entender. Todo lo que piensa y escribe lo hace inmerso en esa complejidad que, por lo tanto, no hace falta enunciar, que tan sólo redundaría. Más allá de que los invitados e invitadas a comentar las entrevistas eran conocidos nuestros, no estaba nada claro lo qué dirían sobre Halperín. Entre otras cosas, y no es menor, por la cuestión del peronismo que parte aguas. Y Halperín está de un lado bastante nítido. Sin embargo, lo que más se valora como legado, es su decisión de intervenir públicamente y de hacerlo sin limitarse a la agenda reducida del tema de investigación.