
Pero detrás de este homicidio reciente se oculta una sombra más oscura y profunda, una que se remonta a los horrores de 1994, cuando Caligaris fue protagonista de un crimen espeluznante. En enero de ese año, su esposa, Graciela Comas y sus tres hijos fueron brutalmente asesinados a balazos en su propia casa.
El crimen parecía sacado de las páginas de una novela policial. La casa, ubicada en una calle tranquila de barrio San Martín, se convirtió en un escenario de horror absoluto cuando los cuerpos de Graciela, Cristian (7), y los gemelos Sabrina y Ulises (5) fueron encontrados sin vida. Todos presentaban disparos en la cabeza, en lo que parecía un acto de ejecución planificado y cruel. El cuádruple crimen fue perpetrado con dos armas, algo que hablaba de una mente que sabía lo que hacía.
En aquel entonces, Carlos Caligaris, el esposo y padre, fue detenido como principal sospechoso. Sin embargo, en un giro que pareció desafiar la lógica y la justicia, fue absuelto por la Cámara 5ª del Crimen de Córdoba, tras una larga serie de interrogantes. La defensa de Caligaris argumentó que no había pruebas concluyentes, mientras que la querella, liderada por la abogada Marta Rizzotti, señalaba que el acusado había actuado con premeditación, tal como se veía en los detalles de la investigación: la contratación de un seguro de vida para sus hijos que entraba en vigor tres meses antes del asesinato, la frialdad con la que cobró el seguro poco después del crimen, y la presencia de testigos que lo situaron cerca de la escena. Sin embargo, la Cámara, por decisión unánime, lo absolvió, dejando en el aire la sensación de que algo fundamental se había escapado en la investigación.
Ahora, en junio de 2025, la historia de Caligaris parece haber dado un nuevo giro siniestro. El 10 de junio, la noticia del asesinato de un joven de 15 años, Mateo Ochoa, en Villa Rivera Indarte, al noroeste de la ciudad. El joven presentaba un disparo en la cabeza, su cadáver fue encontrado en la calle Las Varillas, y a partir de allí, los detalles del caso comenzaron a entrelazarse con la vida de este expolicía, quien ahora se desempeñaba como guardia de seguridad en la misma zona.
El relato de los vecinos del barrio no tardó en pintar un cuadro inquietante: un hombre armado, cuya actitud agresiva y peligrosa ya había sido motivo de quejas anteriores. Testimonios de personas que vivían en las cercanías del lugar del crimen aseguraron que Caligaris solía andar armado por la zona, realizando disparos al aire, o incluso, según algunas versiones, apuntando a jóvenes con actitud sospechosa. La falta de cámaras de seguridad en la zona complicó la investigación, pero los testimonios comenzaron a apuntar hacia Caligaris como el principal sospechoso. El día de su detención, Caligaris no dijo una sola palabra. Según las fuentes cercanas al caso, su actitud durante la detención fue inmutable, casi impasible. La policía encontró a Caligaris en su casa, ubicada a pocos kilómetros de la escena del crimen, en su Peugeot 504, el mismo vehículo que usaba cuando realizaba sus rondines de seguridad. Sin embargo, lo que más desconcierta a los investigadores es que nunca se comunicó al 911 para reportar nada sobre el incidente, una omisión que en el mundo de la investigación criminal no es menos que un indicio en su contra.
El arma homicida aún no ha sido encontrada, y las hipótesis sobre el móvil del crimen se siguen investigando. Una de las líneas sugiere que Caligaris podría haber intentado intervenir en un robo, o que habría confundido a Ochoa con un delincuente en fuga. Sin embargo, las versiones varían, y la falta de evidencias físicas claras complica aún más el panorama.
Lo más perturbador de esta historia no es solo la repetición de un homicidio en la vida de un hombre con un pasado tan oscuro, sino las inquietantes similitudes entre el crimen de 1994 y el de 2025. En ambos casos, el arma homicida no fue encontrada, lo que deja una sensación de vaciamiento en la investigación. En ambos, el principal sospechoso se muestra distante, casi desconectado de la realidad.
A medida que la investigación avanza, la figura de Caligaris se va volviendo más compleja y desconcertante. Su silencio, su historial judicial turbio y su capacidad para mantener una fachada de normalidad mientras oculta una vida de contradicciones hacen de él una figura sombría y enigmática, digna de los mejores relatos de Agatha Christie. La pregunta es inevitable: ¿es posible que la justicia, finalmente, haya atrapado al culpable, o simplemente estamos viendo una nueva repetición de la historia?El destino parece tener una extraña forma de repetirse, como un eco que resuena más fuerte a medida que el tiempo avanza. En Córdoba, los ecos de un crimen atroz, cometido hace 31 años, vuelven a la superficie con la detención de Carlos Marcelo Caligaris, un hombre cuya historia parece no encontrar final, sino más bien nuevos capítulos de tragedia y misterio. Este expolicía de 61 años, que en la actualidad trabaja como guardia de seguridad barrial, está nuevamente tras las rejas, acusado de asesinar a un joven de 15 años, Mateo Ochoa, con un disparo en la cabeza.
Pero detrás de este homicidio reciente se oculta una sombra más oscura y profunda, una que se remonta a los horrores de 1994, cuando Caligaris fue protagonista de un crimen espeluznante. En enero de ese año, su esposa, Graciela Comas y sus tres hijos fueron brutalmente asesinados a balazos en su propia casa.
El crimen parecía sacado de las páginas de una novela policial. La casa, ubicada en una calle tranquila de barrio San Martín, se convirtió en un escenario de horror absoluto cuando los cuerpos de Graciela, Cristian (7), y los gemelos Sabrina y Ulises (5) fueron encontrados sin vida. Todos presentaban disparos en la cabeza, en lo que parecía un acto de ejecución planificado y cruel. El cuádruple crimen fue perpetrado con dos armas, algo que hablaba de una mente que sabía lo que hacía.
En aquel entonces, Carlos Caligaris, el esposo y padre, fue detenido como principal sospechoso. Sin embargo, en un giro que pareció desafiar la lógica y la justicia, fue absuelto por la Cámara 5ª del Crimen de Córdoba, tras una larga serie de interrogantes. La defensa de Caligaris argumentó que no había pruebas concluyentes, mientras que la querella, liderada por la abogada Marta Rizzotti, señalaba que el acusado había actuado con premeditación, tal como se veía en los detalles de la investigación: la contratación de un seguro de vida para sus hijos que entraba en vigor tres meses antes del asesinato, la frialdad con la que cobró el seguro poco después del crimen, y la presencia de testigos que lo situaron cerca de la escena. Sin embargo, la Cámara, por decisión unánime, lo absolvió, dejando en el aire la sensación de que algo fundamental se había escapado en la investigación.
Ahora, en junio de 2025, la historia de Caligaris parece haber dado un nuevo giro siniestro. El 10 de junio, la noticia del asesinato de un joven de 15 años, Mateo Ochoa, en Villa Rivera Indarte, al noroeste de la ciudad. El joven presentaba un disparo en la cabeza, su cadáver fue encontrado en la calle Las Varillas, y a partir de allí, los detalles del caso comenzaron a entrelazarse con la vida de este expolicía, quien ahora se desempeñaba como guardia de seguridad en la misma zona.
El relato de los vecinos del barrio no tardó en pintar un cuadro inquietante: un hombre armado, cuya actitud agresiva y peligrosa ya había sido motivo de quejas anteriores. Testimonios de personas que vivían en las cercanías del lugar del crimen aseguraron que Caligaris solía andar armado por la zona, realizando disparos al aire, o incluso, según algunas versiones, apuntando a jóvenes con actitud sospechosa. La falta de cámaras de seguridad en la zona complicó la investigación, pero los testimonios comenzaron a apuntar hacia Caligaris como el principal sospechoso. El día de su detención, Caligaris no dijo una sola palabra. Según las fuentes cercanas al caso, su actitud durante la detención fue inmutable, casi impasible. La policía encontró a Caligaris en su casa, ubicada a pocos kilómetros de la escena del crimen, en su Peugeot 504, el mismo vehículo que usaba cuando realizaba sus rondines de seguridad. Sin embargo, lo que más desconcierta a los investigadores es que nunca se comunicó al 911 para reportar nada sobre el incidente, una omisión que en el mundo de la investigación criminal no es menos que un indicio en su contra.
Caligaris solía andar armado por la zona, haciendo disparos al aire o, incluso, según algunas versiones, apuntando a jóvenes con actitud sospechosa
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El arma homicida aún no ha sido encontrada, y las hipótesis sobre el móvil del crimen se siguen investigando. Una de las líneas sugiere que Caligaris podría haber intentado intervenir en un robo, o que habría confundido a Ochoa con un delincuente en fuga. Sin embargo, las versiones varían, y la falta de evidencias físicas claras complica aún más el panorama.
Lo más perturbador de esta historia no es solo la repetición de un homicidio en la vida de un hombre con un pasado tan oscuro, sino las inquietantes similitudes entre el crimen de 1994 y el de 2025. En ambos casos, el arma homicida no fue encontrada, lo que deja una sensación de vaciamiento en la investigación. En ambos, el principal sospechoso se muestra distante, casi desconectado de la realidad.
A medida que la investigación avanza, la figura de Caligaris se va volviendo más compleja y desconcertante. Su silencio, su historial judicial turbio y su capacidad para mantener una fachada de normalidad mientras oculta una vida de contradicciones hacen de él una figura sombría y enigmática, digna de los mejores relatos de Agatha Christie. La pregunta es inevitable: ¿es posible que la justicia, finalmente, haya atrapado al culpable, o simplemente estamos viendo una nueva repetición de la historia?